Menos papistas que el Papa: bailes en la Iglesia medieval

Durante la Edad Media la danza dejó de ser un arte para pasar a ser un acto profano perseguido por la Iglesia. La documentación sobre las danzas medievales es muy escasa, sin embargo abunda la documentación sobre lo perseguida que fue: se prohibió bailar en los concilios de Auxerre (siglo VI), Chalons (siglo VII), Avignon (siglo VIII) y Mainz (siglo IX), entre otros. También recibió condenas de papas como León IV. Un predicador anónimo decía: "La danza es un círculo cuyo centro es el diablo y conduce al mal".

Sin embargo, los esfuerzos por prohibir y condenar esta forma de expresión fueron vanos. Nada impidió que la danza encontrara sus recovecos incluso en los actos religiosos.

En el llamado Libro rojo del Monasterio de Montserrat (Cataluña) se recogen variadas referencias sobre las danzas allí ejecutadas, y sobe el papel que desempeñaban. Montserrat era el paso de miles de peregrinos que se dirigían masivamente a Santiago de Compostela. Los peregrinos bailaban en el templo al son del mismo canto que ellos entonaban. Bailes similares se dieron en Languedoc (Francia), en la iglesia monástica de Santa Fe en Conques, otro paso del camino de Santiago. Los clérigos y diáconos tenían incluso un repertorio un tanto insólito formado por antífonas, tropos, secuencias, responsorios e incluso Kyries y Sanctus. En el Libro rojo se encuentra la siguiente nota del copista: "Puesto que los peregrinos sienten a veces deseos de cantar y bailar durante la vigilia nocturna en la iglesia de la Virgen de Montserrat, incluso durante el día en la plaza de dicha iglesia, donde sólo pueden cantarse canciones virtuosas y piadosas, se han escrito unas canciones apropiadas para dicha necesidad. Estas deben utilizarse de manera respetuosa y moderada, para no molestar a aquellos que rezan o meditan religiosamente". Dicho de otro modo, la Iglesia no pudo evitar algo tan inherente al ser humano como es el acto de bailar. Y si Mahoma no va a la montaña, la montaña debe ir a Mahoma. Por consiguiente, se adaptaron y escribieron "canciones apropiadas para dicha necesidad". El copista medieval reconocía acertadamente que bailar es una necesidad, y que esta necesidad tiene muy poco que ver con la religión.

El repertorio del Monasterio de Montserrat se cantaba y bailaba en el siglo XIV, y era muy popular. Entre las danzas descritas en el libro mencionado, hay tres danzas circulares. La dirección de la ronda solía coincidir con la dirección del curso del sol, quizás un vestigio pagano. Solo en época de tristezas y lamentaciones se efectuaban siguiendo el curso contrario al sol (contra solis cursum).

Los canónigos también tenían una danza en Evreuz, que se ejecutaba al final de la "procesión negra" del primero de mayo. Estas danzas se bailaban con una pelota, dentro la iglesia, práctica que también se llevaba a cabo en Auxerre. En Semana Santa, en la nave de esta catedral el deán y los canónigos se iban pasando una pelota, mientras bailaban y entonaban el victimae paschalis. Algunos testimonios de estas danzas llegaron hasta el siglo XVII.

No obstante, el mismo carácter conservador de la Iglesia que provocó el rechazo de la danza produjo también su perduración a través de los siglos. Las danzas populares se han ido perdiendo con el tiempo, o han evolucionado sin registrar esta evolución. Sin embargo las eclesiásticas han permanecido casi intactas y han sido documentadas con más atención.

En Echternach (Luxemburgo) sobrevive una danza que se originó probablemente en el siglo VIII. Un grupo de peregrinos encabezados por clérigos hace distintas evoluciones hasta llegar a las puertas de la iglesia de San Willibrord. Este santo obró el milagro de poner fin a una epidemia en el siglo VIII, y en su honor ejecutan esta danza. Resulta irónico que San Willibrord fuera uno de los que prohibiera todo tipo de baile a las puertas de las iglesias.

El baile de los Seises, en la catedral de Sevilla, es otro ejemplo. Al principio lo ejecutaban dieciséis niños (en castellano antiguo, seize), número que a partir de 1565 se redujo a diez. En sus comienzos el repertorio se componía de villancicos como el Guárdame las vacas, pero a fines del siglo XVI se sustituyó por obras compuestas por los maestros catedralicios de la capilla, ejecutadas con órgano polifónico, como las gallardas y las pavanas. Acompañaban sus cantos y danzas con adulfes, panderos, lanzas, palos, espadas y sonajas. En 1667 estos instrumentos se sustituyeron por castañuelas, y así se ha mantenido hasta nuestros días. El atuendo también se modificó: al principio vestían como pastores, y más tarde como pajecillos, lo cual se mantiene al día de hoy. Se baila en tres ocasiones: de rojo para el Corpus y los Carnavales, y de azul para el día de la Inmaculada (8 de diciembre). Tal como lo requiere el carácter de la celebración ante el altar mayor, es un baile solemne y pausado.

En Cataluña existen danzas que combinan lo sacro y lo profano. Un ejemplo entre los numerosos que hay es el baile de los demonios. Los personajes aparecen en la procesión del Corpus y se conocen como la "diablura". Hacen sus evoluciones en la calle y en un escenario improvisado en la plaza. El ermitaño y el monaguillo son dos personajes clave. Se ha bailado, con algunas interrupciones, desde el siglo XVI hasta la actualidad en Vendrell.

Defecto y virtud de la Iglesia, condenar la danza y conservarla. O mejor aún: vivo ejemplo de las suaves y graduales resignaciones que ha hecho a lo largo de su historia para no perder adeptos.

1 comentario:

Silvina dijo...

Excelente. Un placer...
Qué raro la Iglesia prohibiendo, no?
Jajjaja... ¿Será porque la danza tiene que ver con la liberación del cuerpo, el erotismo, la sensualidad, el placer?
Parece que todo lo que sea goce está vedado para estos muchachos... pero si es cuestión de no perder adeptos, hacen algunas concesiones.
Muy buen artículo!
Besos…
Silvina.